“España es el problema y Europa la solución”, reza una de
las paredes de la muestra de la Biblioteca Nacional, Generación del 14.Ciencia y modernidad. La famosa cita de Ortega y Gasset resume la situación
de la época y la propuesta inédita de estos intelectuales. Apostaron por la
apertura de fronteras y la regeneración, en una época en la que la melancolía
acechaba tras el delicado final de siglo y la pérdida de las colonias. Estamos
muy acostumbrados a diferenciar las élites por materias, lo admirable de este
grupo fue que no cercenaron sus ambiciones y, cada uno en su especialidad,
supusieron la reubicación del país en el plano de los avances.
En las pequeñas tres salas de exposición se nos ofrece, sin embargo, un buen aperitivo de documentos para contextualizar. Las estancias se llenan de fotografías, cuadros, libros y manuscritos que reflejan las inquietudes de médicos como Gregorio Marañón o Pi i Sunyer, escritores como Ramón Gómez de la Serna y Juan Ramón Jiménez, filósofos como Eugenio d'Ors y políticos como Manuel Azaña. El punto de inflexión de todas estas disciplinas fue en el que se abogaba por europeizar los conocimientos y beber de genios como Albert Einstein, Marie Curie o Le Corbusier, entre otros. El nombre de este singular equipo de magníficos llegó directamente desde el otro lado del Atlántico, donde Lorenzo Luzuriaga se refirió a ellos como Generación del 14 por primera vez en una publicación de la revista argentina 'Realidad'. Desde La rebelión de las masas hasta el Telekino, pasando por La polichinela o la primera calculadora se pueden encontrar en el edificio madrileño, que abre sus puertas a estos descubrimientos hasta el día 1 de junio.
"Europa es la solución"
La exposición homenajea ese sentimiento de ave fénix que
sirvió a la España más casposa para sacudirse el polvo y pelear por un puesto
digno en las artes y las ciencias. Todo gracias a una élite intelectual de las
que ahora no existen. Las artes están sumidas en un sentimiento de protesta y
de lucha comedida que no permite atacar al mismo nivel las agresivas
estipulaciones del Gobierno. Además, vivimos en un mundo mucho más
individualista en el que se agasaja a personalidades concretas y no tanto a
estratos sociales. Esto provoca que no haya un sentimiento de cohesión global
como el que unía a la Generación del 14, no hay trabajo en conjunto salvo en
momentos concretos de necesidad. Por ejemplo las mareas, manifestaciones o
jornadas realizadas para reivindicar derechos se quedan en un altavoz que
propone en lugar de actuar con o sin los medios que les están denegando.
Hay tecnologías avanzadas y mentes brillantes que podrían
conformar el tándem del cambio. Y en muchos aspectos se está consiguiendo,
apostando por el progreso científico, apoyando al estudio de la vida artificial
o estudiando para derrocar a los peligros médicos. Sin embargo, algo no está
funcionando cuando estas élites reducidas no se imponen ante los recortes de
una cúpula con prejuicios y prioridades que desdeñan lo social. La realidad
debe pujar por la pluralidad que ayudó a tantas otras generaciones, dignas de
estudio y de homenajes expositivos, a romper fronteras y acabar con las trabas
ideológicas. Se debería aprovechar que nos encontramos en un mundo globalizado
y con una censura moderada -porque la hay- que puede ser una baza ganadora en
la carrera hacia la calidad. Hay que inculcar a la sociedad que los dirigentes
no tienen la vara de medir para juzgar qué políticas evolutivas y educativas
merecen menos atención económica o menos apoyo institucional. Quizá nos hace
falta más de ese espíritu revolucionario al que apelaban los filósofos de hace
un siglo.
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