Hasta hace poco tiempo, las proyecciones de cine de autor -o baratas- habían dejado de ser sostenibles. En estas condiciones se pueden englobar todos aquellos estrenos que proceden de las productoras más humildes, como las españolas. Además, los datos de asistencia no invitaban al optimismo y esperanza. Sin embargo, con propuestas alentadoras como los Miércoles al cine o La fiesta del cine, la recuperación se hace tangible y con ella la proliferación de imágenes de lo que hacía demasiado tiempo que no se veía: largas colas. Las aglomeraciones son doblemente llamativas porque hace tiempo que el piloto de alerta está encendido. Estábamos hartos de escuchar que el cine se acaba, que al cine no va nadie. De hecho en el primer semestre de 2013, el número de espectadores había descendido un 18,6% con respecto al del año anterior. El goteo de desaparición de salas se nota en todo el país: desde que se subió el IVA cultural del 8% al 21% se han cerrado 141 pantallas de cine y 17 complejos cinematográficos.
Pero es interesante fijarse en otras alternativas como las que se promueven desde los centros juveniles o las universidades. Muchas veces, las productoras y los directores ceden sus cintas para su reproducción antes del estreno. Esto es un canje: los jóvenes disfrutan del cine gratis y en primicia, y las películas reciben un mayor impacto y consiguen llegar a los estratos más desencantados con las artes. Lo mejor de todo es que los estudiantes están respondiendo favorablemente y se fomenta así ese efecto “boca a boca” tan necesario.
Aunque haya malas lenguas que se impliquen en el acoso y derribo
del cine -español o no- recurriendo a la falta de calidad, la sensación
generalizada no es esa. El cine está
retrocediendo en todo el mundo por motivos muy distintos a su calidad: por el
avance de los sistemas de home cinema, por la pujanza de las series, por
internet… La calidad es un concepto relativo, muy difícil de medir. Pero si
utilizamos parámetros económicos –que seguro que a a algún ministro le
gustarán–, la realidad es que el cine español exportó
en 2012 un 19,2% más que el año anterior, lo
que no parece compatible con su supuesto retroceso en calidad.
Los exhibidores, sin embargo, están
tan lejos de plantear una rebaja en los billetes como hace una semana. Me
permito remitirme a un artículo que leí hace tiempo en el Diario Vasco firmado por Ricardo Aldarondo y titulado Si el cine fuera barato, todos felices (o no). Allí brillaba la frase central: "Si [la rebaja en el precio del
billete] se aplicara durante todo el año y todas las sesiones, tendría que ir
entre 2'5 y 3 veces más al cine para... seguir en la misma paupérrima situación
actual". Se le puede dar la vuelta: con la misma paupérrima situación
actual se soportaría el triple de espectadores, como un pez multiplicado. Ese
cambio de ángulo es conveniente porque el arte del cine incluye la
multiplicación. La película se extiende en copias y se repite en sesiones: es
una obra de arte en la época de su reproducibilidad técnica. Porque seguimos
pensando en el cine como consumo popular, porque el gasto se había repartido en
extensión y en el tiempo. Y por eso nos produce tanto rechazo que las
proyecciones se comercialicen como un lujo.
Sea
como sea, estas promociones no deben ensombrecer el resultado final, que es que
están desmantelando una cultura universal y accesible para todos. Aunque
ayudan, esta sólo es la primera capa de una cebolla de la que viven demasiadas
personas como para hacer oídos sordos. Al menos, después de tanto tiempo, nos
ha dado pie a quejarnos por las colas.
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