El artista rudo
-“el pequeño y sublime antipático” como le describió el escritor D. H.
Lawrence- fue difícil de trato y detestado por los críticos, aunque alabado por
los impresionistas y por sus compañeros de generación. Estaría satisfecho con
la exhibición de muchas de sus Sainte-Victoire, los paisajes y naturalezas
muertas reunidos por Guillermo Solana, director artístico del MuseoThyssen-Bornemisza, en la exposición que se inauguró el pasado 4 de febrero. De nombre Site / non-site, representa un diálogo entre lo
exterior y el interior de la pintura de Cézanne. Este es un título reflexivo,
tomado del artista y teórico Robert Smithson que alude a la dialéctica entre la
pintura al aire libre y el trabajo en estudio. La muestra, que podrá verse
hasta el 18 de mayo, es el broche a la trilogía iniciada con Impresionismo al aire libre, continuada
por Pissarro y rematada por Cézanne.
Han pasado 30 años
desde que se estrenase la última exposición de Cézanne en España en el Museo de
Arte Contemporáneo.
Los colores de la provenza son los que inundan la muestra. Con la caja de colores al hombro, el caballete bajo el brazo y el sombrero bien encasquetado, el pintor andarín coronó más de ochenta veces la montaña de sus sueños, la Sainte-Victoire. Esta mole calcárea cercana a Aix- en-Provence, donde nació, le sirvió de inspiración y de paseo intelectual junto a su amigo de la infancia, el escritor Émile Zola. Algunas veces representada desde los alrededores de Bellevue; otras, desde la carretera de El Tholonet, cerca del Château Noir; y las últimas, desde una colina cercana a su estudio en los Lauves.
Los veinte matices de verde
La mitad de la
producción de Cézanne son paisajes y el reflejo de una naturaleza que sintió
profundamente suya. Parajes, bosques, la “curva del camino”, siempre alejados
de las carreteras modernas y que le daban a sus creaciones unos tonos simples y
muy naturales. Son paisajes que no conducen a ninguna parte, falsamente
engañosos que brindan al espectador la posibilidad de adentrarse en territorio
desconocido, pero donde el ojo siempre se topa con un freno visual, sean
árboles o rocas. Los troncos de sus árboles son casi humanos y el verde de las
hojas imita a la perfección los de verdad. Cézanne era un pintor de la vieja
escuela, más tradicional de lo que luego se ha intentado demostrar y tenía una
paleta con toda una gama de colores de más de veinte matices verdosos. La
prueba salta a la vista al ver colgados en la exposición del Thyssen los
bañistas de Cézanne y su diferencia con los de Émile Bernard.
La del Thyssen es
una exposición absolutamente didáctica. Articulada en torno a cinco secciones,
se abre con Retrato de un campesino (1905-1906),
de la propia colección Thyssen-Bornemisza. Luego se puede disfrutar de los
paisajes agrupados en La curva
del camino. La tercera parte la protagoniza El fantasma de la Sainte-Victoire. En la última parte, dedicada
al Juego de construcciones, se percibe claramente la esencia del
credo de Cézanne en las terrazas escalonadas. Además, al ser el precursor de
muchos cubismos como los de Braque o Derain, se pueden ver colgadas obras de
dichos artistas para contextualizar esta lección de arte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario