miércoles, 12 de marzo de 2014

Amazon, el comecocos del papel

La industria de libros impresos en papel no está viviendo su mejor momento y la razón se puede definir en una palabra: Amazon. A finales de 2011, la compañía estadounidense llegó al mercado español con su servicio Kindle. Fue un aterrizaje que encendió la mecha en un sector que hasta entonces se había mostrado demasiado cauto y prudente ante los cambios digitales. 2012 fue el año de las prisas para muchos. LaCasa del Libro lanzó Tagus. Apple había abierto su ibookstore sólo unos meses antes, y Google Play también tenía previsto su servicio de venta de ebooks. La idea era posicionarse cuanto antes, pero sin una dirección muy clara.

Esto generó desconfianza en los editores, que se enfrentaban a un debate moral entre subirse a un tren que arrancaba demasiado deprisa y con unas condiciones leoninas impuestas por el gigante Amazon. Los resultados se observan fácilmente en los gráficos del anuario de estadísticas. Obviamente los que más se salvaban de esta guerra del progreso eran los de ciencias sociales y humanidades, necesarios para el estudio y prácticos en papel. Lo que no indica la estadística es la caída estrepitosa en ventas por parte de las grandes editoriales. Ante esa situación, se vieron en la necesidad de bucear en la red para encontrar un manual de supervivencia que finalmente se tradujo en intentar estar en casi todas las plataformas digitales.



Facebook, Twitter, Pinterest y YouTube se han convertido en las grandes aliadas de las editoriales –grandes y pequeñas- para publicitar sus nuevos títulos, hacer concursos y ganarse al lector. No hay que olvidar tampoco el nacimiento de nuevas editoriales electrónicas o que venden conjuntamente en papel y en digital (Malpaso, Ecicero) y el cierre de otras como Intangible incapaces de asumir el coste ante un mercado que no acaba de explotar. Pero estos fenómenos cuajan del todo puesto que los precios de los ebooks aún están por las nubes. Una directiva comunitaria marca que debe estar al 21% -el mismo que tienen los dispositivos electrónicos-, y pese a los llamamientos que ha hecho la industria a la Unión Europea no ha habido ninguna modificación.

Para el próximo análisis habrá que ver cómo se posicionan los diferentes agentes digitales con respecto a Amazon y si liman parte de su actual liderazgo. También será interesante comprobar las estrategias de las grandes editoriales y de los pequeños sellos que se adentran en el entorno digital. Y si finalmente veremos si se incrementan las cifras de ventas de los libros electrónicos.

Para ello, no obstante, habría que cambiar algunas de las reglas del juego que ahora están sobre el tablero de ajedrez: es básica una reflexión sobre el precio del ebook y plantear con seriedad a Bruselas que el IVA del libro electrónico debe ser el mismo que el del libro en papel; las empresas multinacionales deben pagar sus impuestos en el país en el que operan y hay que mejorar el acceso a los títulos electrónicos quizá mediante tarifas planas (intentando que no sea a diez euros al mes) y paquetes de contenidos.
También es necesaria una mejor prescripción de los ebooks (hoy el lector apenas sabe si ese libro está en formato digital o no); una mayor digitalización de las obras (el llamado backlist); más apuesta por los libros en formato digital en las bibliotecas y más posibilidades de préstamo entre dispositivos. No son medidas fáciles de conseguir, pero al fin y al cabo, ya estamos jugando en otra liga.

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