La
industria de libros impresos en papel no está viviendo su mejor
momento y la razón se puede definir en una palabra: Amazon. A
finales de 2011, la compañía estadounidense llegó al mercado
español con su servicio Kindle.
Fue
un aterrizaje que encendió la mecha en un sector que hasta entonces
se había mostrado demasiado cauto y prudente ante los cambios
digitales.
2012
fue el año de las prisas para muchos. LaCasa del Libro lanzó Tagus.
Apple había abierto su ibookstore
sólo unos meses antes,
y Google
Play también tenía previsto su servicio de venta de ebooks.
La idea era posicionarse cuanto antes, pero sin una dirección muy
clara.
Esto
generó desconfianza en los editores, que se enfrentaban a un debate
moral entre subirse a un tren que arrancaba demasiado deprisa y con
unas condiciones leoninas impuestas por el gigante Amazon. Los
resultados se observan fácilmente en los gráficos del anuario de
estadísticas. Obviamente los que más se salvaban de esta guerra del
progreso eran los de ciencias sociales y humanidades, necesarios para
el estudio y prácticos en papel. Lo que no indica la estadística es
la caída estrepitosa en ventas por parte de las grandes editoriales.
Ante esa situación, se vieron en la necesidad de bucear en la red
para encontrar un manual de supervivencia que finalmente se tradujo
en intentar estar en casi todas las plataformas digitales.
Facebook, Twitter, Pinterest y YouTube se han convertido en las grandes aliadas de las editoriales –grandes y pequeñas- para publicitar sus nuevos títulos, hacer concursos y ganarse al lector. No hay que olvidar tampoco el nacimiento de nuevas editoriales electrónicas o que venden conjuntamente en papel y en digital (Malpaso, Ecicero) y el cierre de otras como Intangible incapaces de asumir el coste ante un mercado que no acaba de explotar. Pero estos fenómenos cuajan del todo puesto que los precios de los ebooks aún están por las nubes. Una directiva comunitaria marca que debe estar al 21% -el mismo que tienen los dispositivos electrónicos-, y pese a los llamamientos que ha hecho la industria a la Unión Europea no ha habido ninguna modificación.
Para
el próximo análisis habrá que ver cómo se posicionan los diferentes agentes
digitales con respecto a Amazon y si liman parte de su actual
liderazgo. También será interesante comprobar las estrategias de
las grandes editoriales y de los pequeños sellos que se adentran en
el entorno digital. Y si finalmente veremos si se incrementan las
cifras de ventas de los libros electrónicos.
Para
ello, no obstante, habría que cambiar algunas de las reglas del
juego que ahora están sobre el tablero de ajedrez: es básica una
reflexión sobre el
precio del ebook y
plantear con seriedad a Bruselas que el
IVA del libro electrónico debe
ser el mismo que el del libro en papel; las empresas multinacionales
deben pagar sus impuestos en el país en el que operan y hay que
mejorar el acceso a los títulos electrónicos quizá mediante
tarifas planas (intentando que no sea a diez euros al mes) y paquetes
de contenidos.
También
es necesaria una mejor
prescripción de los ebooks (hoy
el lector apenas sabe si ese libro está en formato digital o no);
una mayor digitalización de las obras (el llamado backlist);
más apuesta por los libros en formato digital en las bibliotecas y
más posibilidades de préstamo entre dispositivos. No son medidas
fáciles de conseguir, pero al fin y al cabo, ya estamos jugando en
otra liga.
No hay comentarios:
Publicar un comentario