El refrán “renovarse o morir” se está convirtiendo en una máxima social incluso en los ámbitos más arraigados de la cultura. Esta última, espoleada además por unas duras condiciones de supervivencia, ha visto necesario recargar el cartucho de las ideas con el fin de no desaparecer de forma inminente. Así, hasta los templos de las reliquias y la antigüedad se han arrodillado ante la renovación y la tecnología.
En cada rincón del mundo se está llevando a cabo
continuamente la modernización de un museo. Este proceso está caracterizado por
una incorporación inmediata de dispositivos de última generación y por la
conversión del espacio en lo que se conoce comúnmente como un “museo joyero”.
El Museo Arqueológico Nacional, que ha abierto sus puertas a finales de marzo,
es un perfecto ejemplo de la tipología anterior.
Un relicario sin orden
Las hermosas y elegantes vitrinas del edificio
decimonónico se hallan repletas de tesoros. La Dama de Elche y su severa elegancia antigua, con sus
escoltas la Dama de Baza, la de Galera y las estatuas del Cerro de los Santos.
Remontajes de núcleos de los talleres de sílex de las terrazas del Manzanares
en Vicálvaro, de cuando Madrid era el centro del paleolítico mundial. Los toros
de bronce del Santuario de Costitx, en Mallorca, modernos en su severidad y
elegancia. Mosaicos romanos con caras que parecen retratos a base de teselas
irregulares, como el de Medusa y las Estaciones encontrado en Palencia.
Sarcófagos como el de la Orestiada, de Husillos, que prefiguran los capiteles
de Frómista. La estatua de Livia, de hermosa factura clásica. El Estandarte de
Pollentia, emblema de un colegio juvenil hispanorromano. Una colección de joyas
sin precedentes que aparecen ante los sentidos del visitante de distintas
formas, cada cual más impersonal.
Bien se puede recurrir a la
tradicional audioguía que ameniza los largos textos que acompañan a cada una de
estas maravillas, o bien se pueden “tocar” a través de una aplicación
descargable en los móviles de los particulares o alquilable en las tabletas de
préstamo del propio museo. La generación Android o iOs acecha y es mejor
adaptarse a su velocidad de mil revoluciones que preservar las técnicas que
funcionaron antaño. Y precisamente eso ha hecho el MAN, combinándolo con unas
cuantas mejoras a nivel social y solidario como las destinadas a las personas
con discapacidad.
La apariencia por encima de la esencia
Sin embargo, se echa en falta en el
Arqueológico el arte de la museología, del saber condensar en un espacio
pequeño siglos de historia sin que el visitante se sienta perdido y mareado
como en una máquina del tiempo. Se echa de menos una escala temporal que guíe a
los ciudadanos a través de esas vitrinas inertes y aderezadas con miles de
cachivaches tecnológicos. Ha primado la apariencia por encima de la esencia. Pues
igual que resultan evidentes los beneficios digitales, no se puede olvidar el
objetivo último de todas esas reformas: la gente.
La vorágine tecnológica es un arte
recién nacido y se necesita de mucho estudio para introducirlo en cualquier
ámbito social, como el cultural. Han de caminar de la mano, y no se debe
acelerar a uno sin sentido para alcanzar el ritmo del otro. El ingrediente
mágico para conseguirlo es la sociología. Analizar y preguntar a la gente y
moldear los avances digitales en función de sus necesidades, no al contrario.
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