jueves, 13 de diciembre de 2012

Crítica: El Hobbit, la fantasía repetitiva.


La literatura nutre al séptimo arte, lo protege de caer en las garras de la vulgaridad  y satisface o agravia la imaginación de los lectores más voraces.  Pero el cine también imprime grandeza a ciertas obras, y en eso es experto el artífice de la Tierra Media en la gran pantalla. Con infinito respeto, Peter Jackson y su equipo han convertido los volúmenes de J.R.R Tolkien en un símbolo dentro del género de aventuras. Todo un universo imaginario con personalidad propia que se reconoce, desde hace una década, en unos colores, acordes y voces característicos. 

Nos encontramos ante la primera entrega de una trilogía que adaptará, de forma bastante dilatada, las 280 páginas de El Hobbit. Todo el proceso de producción ha sido un libro abierto; las innovadoras técnicas, el reparto, fechas y títulos. Dos años de información en dosis ingentes no han servido para acallar el temor de los fanáticos seguidores de la trilogía de El señor de los anillos. Pues bien, lejos de ser una cinta perfecta, los Tolkiendilis y los incondicionales de Jackson pueden respirar tranquilos y rascarse confiados los bolsillos para disfrutar en el cine de esta épica aventura.


La voz de Bilbo Bolsón nos traslada a la verde y pacífica Comarca 60 años antes de que se fundara La Comunidad del Anillo. Una visita fortuita descompondrá la constante rutina del hobbit, que se verá envuelto en “un viaje inesperado” acompañado por 13 enanos con una misión muy precisa: recuperar el reino de Erebor que les fue arrebatado.


La fórmula millonaria de El señor de los anillos mantiene su esencia en este nuevo proyecto. El plantel de actores principales es presentado en un prólogo, atestado de flashbacks y voces en off, que evoca las sensaciones de la trilogía predecesora. Martin Freeman, como Bilbo, despliega todo su carisma y extravagancia ciñéndose perfectamente a su misión como protagonista, inundar la pantalla con un solo gesto y mantener la atención del espectador, aventajando así a su homólogo Elijah Wood. Comparte podio con el sobresaliente Ian McKellen, que siempre deja con ganas de más Gandalf paseándose por el celuloide. Por su parte, las figuras de los enanos representan el bálsamo cómico sin llegar a relucir como la historia lo requiere. Cabe destacar uno de ellos, Thorin escudo de Roble interpretado por Richard Armitage, que se alza como la auténtica revelación del grupo. Finalizado este preámbulo, lo verdaderamente interesante sucede cuando comienzan las peripecias de esta peculiar compañía y el postre perfecto lo conforma el último plano, que deja un final abierto y tremendamente apetecible.


Peter Jackson ha tomado el papel de derrochador de minutos en esta última proyección. 166 vueltas de reloj que servirían para relatar al milímetro cada palabra del libro, y que paradójicamente hacen más notoria su falta de fidelidad con la obra original. Sin embargo, nadie mejor que él para hacer disfrutar del tiempo restante con un torrente audiovisual lleno de frenetismo. En esta ocasión los planos toman un cariz colorista, con ese sabor a fábula y a frivolidad, a aventura en su estado más primigenio; y deja de lado la sobriedad y madurez de El señor de los anillos.  El gran nivel de los efectos digitales tropieza con un desaprovechado y prescindible 3D.  Por otro lado, la emoción llega a los oídos en forma de la partitura de Howard Shore, el maestro fusiona melodías conocidas con piezas nuevas. Su batuta sigue siendo un elemento imprescindible para transportarse por Bolsón Cerrado, Rivendel, Moria o Erebor.


En definitiva, aun siendo un delirio de grandeza, El Hobbit hará las delicias de los más arraigados al buen hacer de Peter Jackson. Levantará pasiones y odios intensos entre los admiradores del libro. Y para los menos apasionados no deja de ser una superproducción majestuosa y una entretenida epopeya que les proporcionará dos horas y media de espectáculo. Sigue creando culto al cine.



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